sLa narración juega un papel importante en todas las culturas y sociedades. Es a través de historias que comunicamos, aprendemos y entendemos la naturaleza multifacética de la experiencia humana. Además de su función social, las historias desempeñan un papel crucial en la configuración de nuestra narrativa interna: la historia continua que nos contamos a nosotros mismos sobre quiénes somos.
Esta narrativa, formada a partir de nuestras creencias, experiencias pasadas y estructuras mentales, influye profundamente en nuestro autoconcepto, nuestras expectativas para el futuro y nuestras respuestas a nuevas situaciones. Como afirmó el autor indígena canadiense Harold R. Johnson: “Somos las historias que nos cuentan y somos las historias que nos contamos a nosotros mismos”.
La narrativa no es estática, sino que tiende a autoperpetuarse. Cada nueva experiencia que encontramos se interpreta a través de la lente de nuestra narrativa existente. Por ejemplo, alguien que se considera resiliente y capaz afrontará los desafíos con confianza y determinación, aumentando sus posibilidades de éxito o atribuyendo el fracaso a factores externos en lugar de a una insuficiencia personal. Por otro lado, alguien cuya narrativa gira en torno al fracaso y la discapacidad puede evitar riesgos y ver los reveses como una confirmación de sus dudas. Este ciclo resalta la importancia de ser conscientes de las historias que construimos sobre nosotros mismos. Pueden ser fortalecedores o debilitantes, útiles o perjudiciales.
Reconocer que tanto nuestro sentido de quiénes somos como gran parte de lo que hacemos se basan en las historias que nos contamos a nosotros mismos, más que en la verdad objetiva, es un paso fundamental para permitirnos cambiarlas. Este reconocimiento nos permite desafiar más fácilmente nuestra voz interna dominante y reescribir nuestra historia para que sea más flexible y solidaria. Pero este proceso es más fácil de decir que de hacer. Esto es especialmente cierto porque partes de nuestra historia pueden estar fuera de nuestra conciencia y, a menudo, requieren la ayuda de un terapeuta.
Contar historias es fundamental para la terapia, donde se nos invita a compartir nuestras historias conscientes y, al hacerlo, a escucharlas contadas en voz alta. Este proceso nos ayuda a tener una idea de la continuidad y coherencia de nuestras historias, incluso cuando descubrimos que hay lagunas en estas historias y capas ocultas debajo de sus narraciones.
Esto nos ayuda a formar nuevas conexiones, examinar experiencias pasadas, identificar patrones y obtener información sobre qué aspectos de nuestras narrativas podrían ser limitantes y cuáles podrían ser útiles. Los terapeutas colaboran en comprender y empatizar con la génesis de estas historias, además de ayudar a deconstruir narrativas inútiles y co-crear nuevas historias con mayor potencial de crecimiento.
Considere el caso de María*, una talentosa artista de 35 años que buscó terapia para la ansiedad crónica. La narrativa interna de María estaba dominada por una historia de discapacidad, derivada de una infancia marcada por la presión para lograr metas poco realistas y eclipsada por hermanos con mayor éxito académico. En terapia, María exploró estas primeras experiencias y su influencia en su guión interno, en el que se decía a sí misma que era “un desperdicio de espacio” y que nunca lograría nada. Su ansiedad alcanzaba su punto máximo en torno a las exposiciones, lo que en ocasiones la hacía eliminar o conservar obras de arte que consideraba inapropiadas.
A través de la terapia, María comenzó a obtener una nueva perspectiva de su guión interno y gradualmente se sintió empoderada para dejar de lado los elementos que no le estaban sirviendo bien. Ella y su terapeuta trabajaron juntos para construir una nueva narrativa que incluyera sus muchas fortalezas y considerables logros artísticos. Este cambio mejoró el sentido de competencia y valor de María, permitiéndole abordar su carrera y su vida personal con confianza renovada, reduciendo significativamente su ansiedad.
Si bien esto puede parecer simple, en realidad es un proceso que requiere tiempo y paciencia, con muchos posibles contratiempos en el camino. En la edad adulta, nuestras narrativas internas suelen estar profundamente arraigadas y son resistentes al cambio. Incluso cuando los vemos tal como son, siguen manteniendo un poder significativo. Como terapeutas, animamos a los pacientes a abordar este proceso con autocompasión, reconociendo la dificultad y la lentitud del cambio.
Nuestras historias son difíciles de cambiar porque no se forman de forma aislada. Están escritos en el contexto de nuestras narrativas familiares y las historias colectivas de nuestras comunidades y sociedades. Estas historias más amplias pueden ofrecer un sentido de pertenencia e identidad, ayudándonos a comprender nuestro lugar en el mundo. Pero también pueden marginar a quienes no encajan en la narrativa dominante.
María luchó por ver su creatividad como una fortaleza en una familia que valoraba los logros académicos. Asimismo, su identidad como mujer gay la hacía sentir como una outsider dentro de una narrativa cultural heteronormativa. A medida que examinamos y cuestionamos nuestras narrativas internas, también necesitamos evaluar críticamente las narrativas familiares y sociales que se cruzan con las historias que nos contamos a nosotros mismos e influyen en ellas.
Como nota positiva, el éxito de María como artista ayudó a cambiar la narrativa de su familia. De hecho, sus padres y hermanos reconocieron el valor de su talento artístico mucho antes que María, desafiando la historia familiar anterior sobre lo que constituye el éxito.
María necesitaba la ayuda de un terapeuta que pudiera ayudarla a ver que su propia historia estaba detrás de la de su familia. Desarrollamos historias como atajos para navegar por nuestros mundos, y se necesita energía y concentración para reevaluar cuán útiles son. A menudo, las narrativas que parecen inútiles se consideran inconscientemente protectoras.
María se dijo a sí misma que era inútil y le permitió desviar el impacto de que alguien le dijera eso. Nuestras narrativas están divididas en capas, pero para ser mentalmente sanas, necesitan tener cierta fluidez. Necesitan poder cambiar, ya sea a nivel personal, familiar o social. Dada la naturaleza poderosamente definitoria de nuestras historias, debemos tomarlas con ligereza y flexibilidad y editarlas liberalmente cuando sea necesario, no sólo por nuestra propia salud, sino por la de nuestras sociedades.
*María es una fusión ficticia para ejemplificar muchos casos similares que vemos.